
Cuando llega el Año Nuevo, muchas personas, una vez más, escriben sus deseos en un papel bajo el sonido de las campanadas, lo queman, ponen las cenizas en una copa y las beben. La esperanza es una sola: en el nuevo año la vida cambiará, los sueños se harán realidad. Pero ¿qué ocurre en la práctica? En el mejor de los casos, no hay ningún cambio; en el peor escenario, aparecen problemas de salud.
El problema no está en el ritual. El problema está en nuestra forma de pensar.
Muchos creen que el deseo debe formularse «correctamente», que no se debe decir «quiero», que hay que usar palabras especiales. En realidad, eso no tiene ninguna importancia. Las palabras que utilices no determinan el resultado.
La cuestión principal no es el deseo en sí, sino el estado interno que hay detrás de él.
Hay que dejar de soñar y, ante todo, identificar el problema. Por ejemplo:
— mi vida personal no va bien;
— no tengo dinero para la casa que deseo;
— mis ingresos no alcanzan el nivel necesario.
¿Por qué es importante esto? Porque permite identificar el mecanismo psicológico interno que precisamente impide resolver ese problema.
Muy a menudo, ya en la infancia, se forma en nosotros un vínculo inseguro. En algún momento deseaste algo con mucha fuerza — un juguete, un viaje, un regalo. Pero no lo obtuviste. En ese instante, la sensación de deseo quedó asociada a la decepción. En el cerebro se activó un programa automático: «desear = decepcionarse».
Pasaron los años, creciste, pero esa conexión neuronal se conservó. Ahora, cada vez que deseas algo, el cerebro activa no solo el deseo, sino también la emoción negativa asociada a él. Como resultado, la acción se debilita, las decisiones se retrasan, las oportunidades dejan de verse. Y una vez más se llega a la conclusión de que «los sueños no se cumplieron».
Por eso, la solución no es pedirle al Universo ni pronunciar palabras mágicas.
La solución es romper la conexión entre el deseo y la desesperanza.
Hay que vincular el deseo con sentimientos de alegría, confianza y satisfacción. Entonces el cerebro pone en marcha un nuevo escenario. Empieza a buscar soluciones, a ver oportunidades y a impulsar la acción. Porque los cambios principales de nuestra vida los dirige precisamente el cerebro, y los «milagros» de Año Nuevo comienzan ahí.
La conclusión es sencilla:
— no se necesita ningún ritual para los sueños;
— los recursos necesarios ya están dentro de ti;
— lo principal es aprender a dirigir correctamente el cerebro.
No tengas miedo de soñar en el Año Nuevo. Pero esta vez, hazlo de manera consciente y sobre bases correctas.
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